viernes, 28 de noviembre de 2014

El ser


La noche estaba helada y nevaba. Inmensos copos de nieve bajaban lentamente del cielo oscuro, se depositaban en el suelo blanco, sobre el techo de la cabaña de Benny, sobre los gajos de los árboles del bosque cercano; y cada tanto alguna rama cedía ante el peso de la nieve y esta caía con un sonido sordo. Dentro de la solitaria cabaña, Benny releía un libro de cuentos cortos sentado en un sillón ubicado frente a la chimenea. De repente golpearon la puerta varias veces. Benny se estremeció sorprendido. ¿Quién podía ser a aquella hora y con aquel clima? Preguntó quién era y no contestaron. Descolgó la escopeta que tenía sobre la pared, destroncó la puerta y la abrió violentamente; no había nadie. La nieve estaba profunda pero no había huellas. Benny miró hacia el bosque que comenzaba a unos cuarenta metros de la cabaña, desparramó la mirada por las cercanías pero no notó nada extraño. Entró y colgó la escopeta. Creyó que tal vez, de estar concentrado en el cuento que leía pasó a estar dormido, y que tal vez los golpes fueron en un sueño fugaz. Como fuera, ahora no tenía ganas de dormir, y volvió a sentarse frente a la chimenea y continuó con su lectura.

Enseguida notó que no se podía concentrar, ya no se sentía cómodo, algo era diferente. Haciendo una introspección se dio cuenta: sentía que no estaba solo. Lo que fuera estaba detrás de él, y era invisible. Lo que golpeó la puerta había permanecido en la entrada, y cuando Benny salió aquello entró a la cabaña. Por el mismo miedo que comenzó sentir, su audición se aguzó mucho, y logró escuchar una respiración. Ahora estaba seguro, y eso lo aterró más. Pero como el miedo muchas veces da paso al instinto de conservación, Benny, inmóvil en el sillón, fingiendo leer, empezó a calcular cómo defenderse del ser invisible, cómo atacarlo. De pronto tuvo una ayuda inesperada. La trampa de la chimenea, cuyo mecanismo ya estaba muy viejo, se cerró de golpe, el fuego se agitó y lanzó una gran cantidad de humo dentro de la cabaña. Benny volteó y vio que el humo, al evadir el cuerpo del ser invisible delataba en parte su contorno. Estaba erguido pero no parecía del todo humano. Benny empuño el atizador y abanicó el aire con él. No le dio a nada, la cosa se había movido. La puerta se abrió y el intruso invisible se dio a la fuga. Cuando Benny fue a cerrar la puerta, se encontró de pronto sentado en el sillón, el libro había caído sobre sus piernas:
todo fue un sueño.


Gracias a Jose Miguel cruz  por narrar este relato.


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