jueves, 12 de febrero de 2015

Tic Tac Tic

Cuenta la leyenda que un viejo reloj se encontraba deteniendo el tiempo, segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora, día tras días. A veces el viejo reloj lo dejaba correr y lo veía pasar a través de su ventana, en otras tantas ese tiempo que dejaba libre por momentos se asomaba por de bajo de la puerta o salía junto al humo de su chimenea o se mezclaba con las gotas del agua que salpicaban del arroyo que pasaba por la sala de su casa. Asimismo lo olía del aroma de los guisos de cocina, del tic-tac, de sus molinos de los vientos, de los murmullos de sus flores, del maullido de sus gatos o del ladrido de sus perros, del color de sus sonidos o del brillo de arco iris del techo de su casa, pero sobre todo del cucú de un tic-tac, de su tic-tac. Y una y otra vez lo detenía, lo encriptaba en el sol, en la luna, en la tierra, en la arena, en un frasco de cristal, en su carátula o entre sus agujas.


Cuando era de nostalgia se sentaba a la orilla de un viñedo que lo bañaba los rayos del sol y detenía al tiempo y platicaba con las uvas y les preguntaba: Oye uva, ¿cómo es que tu ser lo conviertes en los vinos que transforma el espíritu, el cuerpo y lo sentidos? y las uvas les contestaban tan solo madurando a través del tiempo, tiempo mismo y de ese mismo tiempo. Cuando era de tristeza el viejo reloj caminaba sin parar por las calles en las noches bañadas del reflejo de la luna, y así caminando detenía el tiempo y le preguntaba a las calles: ¿Cuéntame tú que ves pasar a tanta gente como alivian, como soportan y trasforman sus tristezas? Y la calle le contestó: Tan solo madurando a través del tiempo, tiempo mismo y de ese mismo tiempo.

Cuando era de peligro se subía en las alas de un águila o un halcón y les preguntaba cuando se abalanzaban velozmente sobre sus presas que huían despavoridas sobre la tierra que al sentir peligro y reflejaban en sus ojos un inmenso miedo, el reloj así volando como ráfaga entre las alas de esas aves detenía el tiempo y les preguntaba: Oye águila, oye halcón ¿Como le haces para hacer sentir, controlar, tener y detener tu mismo los efectos del peligro, y el águila o el halcón le contestaban según sea el caso: Tan solo madurando a través del tiempo, tiempo mismo y de ese mismo tiempo. Cuando sentía añoranza le daba por acercarse a la brisa del mar que la tenía guardada en un frasco de cristal y al sentir los efectos de esa brisa, detenía el tiempo y le preguntaba a la brisa ¿Dime brisa como le haces para añorar los sueños? Y la brisa le contestaba: Tan solo madurando a través del tiempo, tiempo mismo y de ese mismo tiempo.
Por lo que el reloj se perturbaba por la misma respuesta y una y otra vez detenía el tiempo y se miraba en el espejo y tan solo veía su carátula y sus agujas tan solo deteniendo el tiempo, tan solo madurando a través del tiempo, tiempo mismo y de ese mismo tiempo. En esas estaba el viejo reloj recorriendo la existencia y reflexionado sobre el mismísimo tiempo cuando el Cucú, se asoma en su balcón, trinando el clásico cucú-cucú y de pronto le habla al oído al viejo reloj.- Dime tú que hablas del tiempo, dime tú que sabes del tiempo y dime tú quien te dio la virtud y el derecho de medir el tiempo, y el viejo reloj le contesta: Qué se yo del mismo tiempo si eres tú con tu cucú que lo cantas a su debido tiempo.- No, mi queridísimo cronómetro, yo soy un simple cucú que en su debido momento soy artífice de labrar con mis sonidos un espacio en el tiempo, pero tú y en ti recae la suerte de medir y cronometrar a la existencia de lo existente y a veces, lo inexistente, pero sobre todo, cronos se fijó en ti para medir a veces lo inmedible.

.-Lo sé, lo sé cucú de balconeo y ala fija, pero a veces quisieras que tus alas fueran libres y no atadas, sonaba el viejo reloj. Pero dime tú si pudieras desprender un segundo, un minuto o quizá una hora de tu balcón y volar en el firmamento cual natural de tu existencia y dejas volar el ave que traes dentro y cual cuco de lo aires, que de ahí tu sobrenombre de cucú, volaras a través del mismo tiempo y en ti recayera el honor y la distinción, pero sobre todo la responsabilidad de medir lo existente o inexistente de la vida, pues la vida a veces es un solo segundo y se volteas atrás o intentaras volar atrás, ese segundo ya no existiría, pero si pudieras volar, o intentaras volar hacia adelante un segundo, tan solo un segundo, pudieras planear pero el destino los surcarías segundo a segundo.
En otras tantas horas, segundos y minutos el viejo reloj encriptaba el tiempo en el sol, en su estrella, en sus rayos, en su brillo, en su espectro, en su brillo en las noches y en el día. A veces lo hacía por constancia, por reflejo, por sentido o por capricho y en otras tantas con una sola intención, una pequeña intención, el del dejar vivir la vida, pues el sol es la principal fuente de energía de la vida y al juntarse el tiempo con el sol, platicaban de su historia, sus historias, de las noches, los días y de las estaciones, cada una con su historia, sus historias de los tiempos que encontraron sus destinos, sus momentos. Y cuando anochecía el tiempo le decía al sol.- Te doy doce horas para brillar de nuevo, y el sol le contestaba.- No creas que por las noches no brillo inmensamente, me acompañan los astros y las estrellas y en las noches que no me ves, también fluye la vida en cada segundo de tu tiempo, tan solo al ir madurando a través del tiempo, tiempo mismo y de ese mismo tiempo, pero viviendo la vida plena, pero con responsabilidad.

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