lunes, 29 de junio de 2015

A machetazos

Clavé el machete en un tronco y me enjuague el sudor de la frente con el dorso de la mano. Estaba rodeado de selva. Árboles altísimos, plantas de hojas gigantes, lianas, todo aquel verdor se entreveraba en una maraña vegetal que no parecía tener fin.                               
Tras la breve pausa seguí abriéndome camino a machetazos. El calor y la humedad eran agobiantes. El suelo vibraba de hormigas. Bajo las colosales copas de los árboles no soplaba ni una brisa, pero podía escucharse un rumor que venía de allá arriba, donde las hojas se rozaban entre sí.
El murmullo de una corriente me indicó que estaba encaminado. Unos machetazos más y llegué al arroyo. El agua era cristalina y se deslizaba sobre piedras redondeadas. Dejé caer al suelo la pesada mochila que cargaba y me di un refrescante baño.


¡Lo había conseguido!


Ahora solo tenía que seguir la corriente del arroyo. No muy lejos de allí estaba el pueblo. Ahora regresé con una buena cantidad de marihuana, lo había obtenido gracias a mi persistencia, a mi trabajo, era todo para mí porque había matado a mi amigo a machetazos por unos quilos de hierba clandestina y camuflada entre matorrales, separada de la civilización


                                   



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